Tiene muchos amigos, como un taxista muy veterano, un Don Juan chulapo o camareros de los viejos y entrañables cafés de la capital.Está cansado de ser sereno y sueña con trabajar algún día en una gran fábrica.
Un día se le acerca un desconocido, un señor ya mayor, quien le ruega le cuente historias acerca de su trabajo.
Le cuenta tres: la primera con un pobre poeta que espera a su princesa, la segunda con una bella monja a la cabeza y su visita a unos gángsteres de serie B, y la tercera, su intromisión en medio de un atraco.
No es de sus trabajos más conocidos, quizás es de los menos, pero posee un halo poético francamente conseguido, aunque su ritmo e interés sea irregular.
Al estar compuesto por tres historias, amén del nexo común del trabajo diario del protagonista, varía en calidad.
Así, su primera historia es poética, bien interpretada por ese gran actor, sobre todo de teatro, que fue Don José María Rodero. Lo que ocurre es que no tiene mucha fuerza y quedan, en mi opinión, muchas cosas en el aire.
La segunda historia, la de la monja, excelentemente interpretada por Emma Penella (aunque fue doblada por otra actriz, tal y como le ocurrió en sus primeros filmes, a causa de su personal voz grave). Está bellísima y la historia es tierna y conmovedora, además de cómica. No es que te partas de la risa, pero sí invita la mayoría de las ocasiones a la sonrisa, y los diálogos, llenos de doble sentido debido a la confusión entre los personajes, son estimables.
La última historia, que da fin a la película, sirve creo que tan sólo para eso, para dar un final más o menos feliz a la cinta, verosímil, pero poco creíble. Yo diría que incluso se cierra con un cuento chino, esto es, de la forma más rocambolesca posible. No hay quien se lo crea, pero el epílogo tiene su ironía y está francamente bien, me refiero a la última escena.
Una película que merece la pena verse, aunque sea solo por conocer algo del interesante trabajo de Arturo Ruiz Castillo
No hay comentarios:
Publicar un comentario