Director: Rafael Gil
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Intérpretes Principales: RAFAEL DURÁN, AMPARO RIVELLES, Guillermo Marín, Juan Espantaleón, Ricardo Calvo, Manuel Arbó.
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Argumento: El padre Luis Lastra es un joven cura que cumple con su oficio en el pueblo de Peñascosa.
Allí conoce a Marta, una bella feligresa muy interesada en cuestiones religiosas, tanto es así que convence al cura para que la acompañe al convento para ingresar como monja de clausura. En el camino, tienen que parar en una posada para pasar la noche y allí es donde el padre Luis deberá poner a prueba su fe.
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Mi opinión: Digna película de Suevia Films de la década de los cuarenta españolas, cuando el cine de corte patriotero y/o religioso nacional-católico imperaba en la cinematografía patria.
Algunas eran burdas, otras de descojono, esta, sin embargo, no está nada mal, no conservándose muy bien, el tiempo es mal enemigo para casi todo, pero al menos observamos un cine bien hecho desde el punto de vista técnico, con excelentes intérpretes, algunos algo histriónicos, pero narrado todo con agilidad expositiva, sin tiempos muertos, con muy dignos diálogos (está basado en una novela de Armando Palacio Valdés, y el guión es del propio Rafael Gil).
Lo único que rechina, pero no es fallo de la cinta, es el personaje de Amparo Rivelles, aquí no tan bella como pasados los años sin duda ninguna fue (uno de mis amores platónicos, recuerdo que siendo muy jovencito ella, que ya tenía una edad, me parecía súper sexy y muy apetecible). Y es que encarna a una mujer inaguantable, insufrible, voluble, ambigua, estremecedora en sus delirios, y muy muy peligrosa y dañina llegado el caso. Lo cierto es que según pasan los minutos se va haciendo más y más insoportable (el personaje, no ella, que lo hace muy bien).
En definitiva, una cinta que sigue siendo muy digna y honesta con la época en la que se filmó, con excelentes momentos, como cada vez que conversan, cada uno defendiendo su punto de vista y creencias, el protagonista y el no creyente y descreído, encarnado con maestría por ese soberbio actor que siempre fue Guillermo Marín.
Ahora se debe ver con respeto, aunque algunas cosas dan un poquito de grima, como el que, por cojones, debía vencer la batalla la existencia de Dios, etc, etc.
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